Todos los seres humanos nos enfrentamos con la enfermedad en algún momento. Enfermarse, sobre todo en los casos más graves, siempre implica una pérdida. Ya sea de energía, de movilidad, de atractivo físico, de empleo, etc. Algunas enfermedades denominadas crónicas perduran en el tiempo. Otras requieren de cirugía.
Lo cierto es que la enfermedad, tanto propia como ajena, siempre hace surgir el miedo en nosotros. Miedo a las limitaciones y las pérdidas y, en la mayoría de los casos, a la muerte. Lo importante ante cualquier diagnóstico, por grave que parezca, es esforzarnos por construir esperanza. La enfermedad es el momento adecuado para cultivar la relación con nosotros mismos, que a menudo descuidamos. Es importante recordar, como lo menciono en mi nuevo libro Calma emocional, que:
¿Qué cosas no deberíamos hacer cuando nos enfermamos?
Créase o no, hay personas que se enferman y aprovechan esa situación para manipular a los demás. Esto ocurre porque muy probablemente, cuando eran niños y se enfermaban, los padres les traían regalos o los mimaban en exceso. Así el mismo mecanismo es utilizado de manera inconsciente en la vida adulta.
La persona que se enferma y deja de hacer lo que venía haciendo hasta ese momento, como trabajar, estudiar o divertirse, se pone en el lugar de “víctima”. En lo posible, nunca deberíamos abandonar las actividades cotidianas cuando nos enfermamos. Tampoco deberíamos mirar hacia atrás para revisar el pasado, pues esto solo nos hace sentir impotentes. ¡El pasado ya no existe!
De nada sirve elegir pensar que “si me pasa esto… por algo será”. En el fondo es un intento desesperado por encontrar una respuesta que calme mi ansiedad. Pero las enfermedades casi siempre obedecen a múltiples factores que desconocemos.
¿Qué podemos hacer al enfrentar la enfermedad de un ser querido? Básicamente dos cosas:
1. Evitar intentar explicarle por qué se enfermó
Mucha gente enferma les pregunta a otros: “¿Por qué me está pasando esto?”. La mejor respuesta que podemos darle es: “No sé”. Lo más conveniente es animar a la persona a luchar contra la enfermedad para recuperar la salud, sin darse por vencida pues, junto con los grandes avances de la medicina actuales, todos poseemos la fortaleza interior para hacerlo.
2. Jamás transmitirle nuestra angustia
Nunca hay que demostrarle a alguien que ha perdido su salud que estamos angustiados. Tal actitud revela que estamos pensando en nosotros mismos y no en el enfermo. Es normal sentir angustia si se enferma un familiar, pero nuestra tarea es transmitirle fuerza, optimismo y esperanza.
¿Y cuándo somos nosotros los que nos enfermamos, qué deberíamos hacer? Comparto algunas ideas al respecto:
-Darle batalla a la enfermedad todos los días porque, como dijimos, es solo una parte de la vida pero no es toda la vida.
-Cuidarnos y hacer lo que nadie hará por nosotros para procurarnos bienestar (esto deberíamos hacerlo siempre, aunque no estemos enfermos).
-Visualizarnos perfectamente sanos y en nuestra mejor versión.
-Participar activamente en el tratamiento.
Podemos aceptar el diagnóstico de una enfermedad pero jamás hay que aceptar un pronóstico negativo porque la verdad es que nadie sabe qué es lo ocurrirá con exactitud. Esta actitud nos brinda la posibilidad de esperar lo mejor, aun en medio de lo que parece ser “lo peor” y construir para adelante.